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febrero 02, 2011

Contracorriente

Saludos y buena semana para todos,

Mientras pensaba qué libro citar esta semana noté que en varias publicaciones recientes - en
internet, revistas y libros - la palabra "contracultura" estaba presente. De hecho, el libro que cité en enero 12 tiene como título: Contra la Corriente. Esta palabra es atractiva porque hace que uno se sienta incómodo con la situación actual y que está viviendo, o buscando alternativas a aquello con lo que está inconforme; siempre en pos de algo mejor. Si bien esta palabra es común en los seguidores de Jesús, lo es también en otros grupos sociales que van desde músicos, políticos, revolucionarios, etc., de hecho hasta ser vegetariano es considerado ser contracultural en cierto sentido.

El Señor Jesús nos llama a vivir una vida de contracultura. Para muchos, el centro del Sermón del Monte es esencialmente eso: un llamado a ir en contra de lo que una cultura no basada en los principios que Dios revela a través de su palabra: la Biblia. Es un llamado difícil, porque muchos de estos valores se han infiltrado en la vida de la iglesia y los hemos abrazado sin hacer reparo en ello.

El libro de John Stott, del cual es la cita de hoy se llama El Sermón del Monte. Aunque originalmente se llamaba Contracultura, posiblemente porque reconocía esta característica en este famoso discurso. Ya que el sermón es muy largo (Mt 5:1-7:29) nos enfocaremos en lo que Stott llama el carácter del cristiano y que tradicionalmente conocemos como las bienaventuranzas que se encuentran en Mateo 5:3-12. Quiero mencionar que la traducción a la que hago referencia en la liga es la Nueva Versión Internacional (NVI) que utiliza la palabra "dichosos" en lugar de "bienaventurados" que es la que usa la Reina Valera. Pero esto no causa mayor problema en el texto, así que espero que lo disfruten.

"Las bienaventuranzas pintan un retrato amplio del discípulo cristiano. Lo vemos primero delante de Dios, solo, sobres sus rodillas, reconociendo su pobreza espiritual y llorando por ella. Esto lo hace manso o amable en todas sus relaciones, ya que la honestidad lo compele a permitir a otros que piensen de él lo que ante Dios él mismo confiesa que es. Tiene hambre y sed de justicia, y por lo tanto está lejos de conformarse con su pecaminosidad, ansía crecer en gracia y bondad.

Lo vemos luego con otros, afuera, en la comunidad humana. Su relación con Dios no lo lleva a escapar de la sociedad, ni lo aisla del dolor. Por el contrario, está en lo más reñido del mundo, mostrando compasión a quienes están abatidos por la adversidad y el pecado. Es sincero en todas sus relaciones y busca jugar un papel constructivo como pacificador. Pero no le agradecen sus esfuerzos: más bien se oponen a él, lo calumnian, lo insultan y lo persiguen por causa de la justicia por la cual permanece firme, y del Cristo con el cual se identifica.

Tal es el hombre o la mujer que es 'bienaventurado' (...), es decir que tiene la aprobación de Dios y encuentra su realización personal como ser humano.

Pero en todo esto los valores y normas de Jesús están en conflicto directo con los valores y normas que el mundo comúnmente acepta. El mundo juzga que los ricos serán bienaventurados, no los pobres (ya sea en la esfera material o en la espiritual); que serán dichosos los negligentes que se confían de buen grado en la suerte, no aquellos que toman tan en serio el mal y que lloran por él; los fuertes y atrevidos, no los humildes y tiernos; los satisfechos, no los hambrientos; los que se ocupan de sus propios asuntos, lo los que ocupan su tiempo en trabajar activamente en favor de otros en cosas tales como 'mostrar compasión' y 'hacer la paz', los que alcanzan sus metas por medios incorrectos si fuera necesario, no los de corazón limpio que rehusan comprometer su integridad; los que están seguros y son populares, y viven cómodamente, no los que tienen que padecer persecución. Esa es la mirada del mundo.

...

Esto es lo que Bonhoeffer (...) denominó lo 'extraordinario' de la vida cristiana. 'A cada nueva bienaventuranza', escribió, 'se ahonda el abismo entre los discípulos y el pueblo. Los discípulos resaltan cada vez más.' Esto resulta particularmente visible en la bienaventuranza sobre los que lloran. 'Los que lloran son los que están dispuestos a vivir renunciando a lo que el mundo llama felicidad y paz, los que no se le asemejan. Sufren por el mundo, por su culpa y su destino. El mundo goza, y ellos se mantienen al margen; el mundo grita: alegraos de la vida, y ellos se entristecen. Ven que el barco de la inmensa alegría está yéndose a pique. El mundo fantasea del progreso, de la fuerza, del futuro; los discípulos conocen el fin, el juicio, la venida del reino de los cielos, para la que el mundo no está preparado. Por eso son extranjeros en el mundo, huéspedes molestos, perturbadores de la paz. ¡No es de sorprender que el mundo los rechace!'

Esta inversión de los valores humanos es básica en la religión bíblica. Los caminos del Dios de las Escrituras les parecen trastornados a los hombres. Porque Dios exalta a los humildes y humilla a los orgullosos, a los primeros los llama últimos, y a los últimos, primeros; atribuye grandeza al siervo, a los ricos envía vacíos y declara a los humildes sus herederos. La cultura del mundo y la contracultura de Cristo están en contienda la una con la otra. En resumen, Jesús felicita a aquellos de quienes el mundo tiene lástima, y llama bienaventurados a aquellos que el mundo rechaza."
(51-54)

Como se habrán dado cuenta, no es fácil. Aun cuando, como cristianos, tenemos un llamado específico a actuar contraculturalmente, es algo que con frecuencia hemos olvidado aun dentro de la iglesia. La razón es simple, es más atractivo buscar la fama y la popularidad, lo fácil. Este sermón nos exige mucho, y bien sabemos que es imposible para nosotros cumplirlo perfectamente. También sabemos que no somos salvos por obras, sino por gracia. Pero esto no nos quita la responsabilidad de desarrollar un carácter que refleje la perfección que agrada a nuestro Padre.


Sin duda es un gran desafío porque Jesús nos llama a seguirlo no solo de labios, sino a seguirlo activamente, sacrificando nuestro ego y nuestro orgullo para mostrar nuestro amor a Dios y a nuestros semejantes, porque eso encapsula la ley y los profetas.

Guillermo Bernáldez

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