
Uno de los problemas que la iglesia ha enfrentado desde su inicio ha sido la idea de que uno puede merecer, o no, ser salvo. Si bien es común y frecuente hablar de la salvación sólo por gracia, en realidad con frecuencia muchas personas piensan que hay una lista de requisitos para ser seguidor de Jesús.
El señor Jesús enfrentó a los fariseos porque pensaban que el seguir la ley al pie de la letra los hacía merecedores del amor de Dios. Pablo confrontó a los gálatas por volver a la la ley después de haber experimentado la gracia. Con esto no quiero decir que la conducta de los seguidores de Jesús debe ser totalmente descuidada e inmoral. El punto es que la conducta no nos hace merecedores de nada delante de Dios.

Lewis sugiere que si a veces nos sentimos mejores que otros es porque nuestra medida de santidad somos nosotros mismos y no la medida del varón perfecto: Jesús. Por eso es que habla de vivir seriamente las virtudes cristianas. Viéndolo desde este punto de vista, la perspectiva cambia. Espero que lo encuentren desafiante.

Pienso que cualquiera que tenga una vaga creencia den Dios, tiene la idea del examen hasta el momento de volverse cristiano. El primer resultado de un cristianismo real es el de destrozar esa idea. Cuando se dan cuenta de que ha sido destrozada, algunas personas piensan que esto significa que el cristianismo es un fracaso y lo abandonan. Piensan que Dios tiene una forma de pensar muy simple. Una de las ideas principales del cristianismo es la de destrozar esta idea. Dios ha estado esperando el momento en el que descubras que no es cuestión de merecer una calificación aprobatoria en este examen, o de hacer de Dios nuestro deudor..."
Lewis tiene razón. No es posible que lo hagamos. No debemos limitarnos a actitudes externas - estilo de vestido, tipo de peinado, perforaciones, lugares que se visitan... eso hacían los fariseos a la perfección. Jesús también - es decir que no excluye las acciones - mira el corazón de las personas. Porque es posible hacer algo bueno, pero por motivaciones totalmente pecaminosas. Uno puede por ejemplo ayudar a los pobres. Pero si su motivación no es la compasión caritativa de un corazón sometido a Jesús, sino la impresión que se cause a otras personas, entonces hay un grave problema: no se está dando la gloria a Dios, sino a uno mismo. Dicho de otra forma, es una buena acción, pero es pecaminosa.
Únicamente un intento serio para vivir una vida perfecta - como la de nuestro señor Jesús - en todas las áreas de la vida nos harán ver cuan lejos estamos de esta realidad. Lewis acierta al decir que si nos rendimos inmediatamente (con la excusa de que es imposible ser perfecto - lo cual es cierto, pero no nos exenta de la necesidad de hacer nuestro mejor esfuerzo) nunca nos daremos cuenta de lo difícil que es en realidad.
Viviendo en un mundo caído, nadie está exento del pecado. Esto no nos debe sumir en la desesperación, sino que nos debe abrir los ojos a algo maravilloso: la sublime gracia de Dios. Cuando nos demos cuenta que aun nuestros mejores esfuerzos no son suficientes - de hecho son trapos inmundos delante de Dios; que no hay absolutamente nada que pueda hacer que Dios vea en nosotros algo digno, entonces podremos entender que sólo por su gracia nos ama y nos acepta.
Así, las buenas acciones no son para merecer la salvación, sino como resultado de una vida redimida, transformada y agradecida. Ya no es posible pensar que uno es mejor, o más santo que los demás. Todos estamos igual de necesitados de la gracia de Dios. Es un alivio el saber que no depende de nosotros. Es un alivio no estar atento a lo que hacen los demás para ver si son mejores que uno. También es un alivio saber que solamente Dios juzga mis acciones y aún mejor saber que Jesús nos libra de ese juicio.
Que Dios nos permita actuar virtuosamente para su gloria y no para que nos comparemos a los demás. Que sea nuestro agradecimiento el que nos motive agradar a nuestro Padre.
Guillermo Bernáldez
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