Saludos,
Un día invité a un amigo a un estudio bíblico. Cuando salimos me dijo, casi nadie había hablado con José, y me preguntó el por qué. La pregunta era incómoda porque la respuesta era difícil: José no era popular en el grupo. Le costaba hablar y cuando lo hacía tendía a interrumpir las conversaciones con comentarios que hubieran sido apropiados 10 minutos antes, no en ese momento. Lo peor, era que entre más trataba, la gente lo aislaba más. Sin esperar mi respuesta me dijo: "¿No se supone que ustedes aceptan a todos?" Tenía razón.
Con frecuencia nos comparamos con la gente que ha cometido crímenes, pecados más visibles o errores en su vida y nos sentimos mejores que ellos; superiores. Hay otros, como José, que simplemente no son populares, aunque no hayan hecho nada malo. Aunque no lo digamos, pensamos que no somos tan malos, al menos no como ellos. Así que los evitamos para no "contaminarnos", o perder nuestra reputación. Se nos olvida que si bien no hemos llegado a los extremos que algunas otras personas han llegado, hemos cometido los mismos pecados. Recordemos que Jesús dijo que si codiciamos a una mujer, ya hemos adulterado con ella en nuestro corazón. Lo mismo pasa cuando deseamos mal a alguien, aunque no lo hagamos. Se nos olvida que también somos pecadores y por lo tanto también merecíamos el juicio.
La historia de José fue un evento aislado, pero desgraciadamente no es el único. Es algo que se repite con frecuencia en la iglesia, que es el cuerpo de Cristo y del cual todos y todas formamos parte. Anne Lamott nos cuenta la historia de alguien que lo sabía y lo practicaba; de su libro Traveling Mercies (Misericordia durante el Viaje), que es una autobiografía bastante interesante. Anne se encuentra en la playa con su hijo de ocho años y ven a un señor que golpea a su perro de manera muy cruel. Ella no sabe cómo explicar eso a su hijo. Es ahí donde ella se acuerda de esta historia. Que la disfruten.
"... Estaba de regreso en la iglesia la semana anterior y uno de los miembros estaba de pié en el púlpito explicándonos como ella había adoptado a su pequeño hijo. Ella y su esposo lo habían encontrado a través de una agencia llamada ASK, que significa Adopte Niños Especiales [por sus siglas en inglés]. Primero ellos tuvieron que llenar un cuestionario, con preguntas como '¿Adoptarían a un bebé con adicciones? ¿Un bebé con una enfermedad terminal? ¿Con un retraso mental moderado? ¿Con tendencias violentas hacia otros?' Ella llenó la lista, y entonces lloró. Verónica se paró junto a ella. 'Dios también es un Padre adoptivo', dijo. 'Y nos escogió a todos nosotros. Dios dice, 'Seguro, Yo acepto a todos los chicos que tienen adicciones, o enfermedades terminales. Yo escojo a todos los niños retardados, y hasta los sádicos. Los egoístas, los mentirosos...' '.
... El misterio del amor de Dios, como yo lo entiendo es que Dios ama al hombre que era malo con su perro de la misma manera en que ama a los bebés; Dios ama a Susan Smith, quien ahogó a sus dos hijos, tanto como ama a Desmond Tutu. Y la amó tanto mientras ella quitaba el freno de mano del auto que envió a los dos pequeños al río tanto como el momento en que ella los amamantó por primera vez. Así que Él me ama a mi, vieja y ordinaria, aun o especialmente cuando estoy más asustada y quisquillosa y mala y obsesiva. Él me ama; el me escoge."
(254-255)
Ese es el misterio y lo incómodo de la gracia. Estamos acostumbrados a decir que somos salvos por gracia y que debemos extender esa gracia a los demás. Pero nos cuesta pensar que Dios ame a todos sus hijos y sus hijas a pesar de lo que han hecho o hagan. Pero eso es precisamente lo bello de la gracia, no tenemos que ganarnos el amor de Dios, porque Él ya nos ama. No hay nada que podamos hacer para que Dios nos ame más, y tampoco podemos hacer algo tan terrible por lo que nos ame menos. Y por eso le damos gloria y honra. Por eso lo amamos, porque Él nos amó primero.
Nuestro Padre nos adoptó como éramos: adictos, enfermos terminales, discapacitados, egoístas, envidiosos, etc. No éramos nada atractivos para Él, y aún así nos amó. Y no hablo en términos meramente físicos, sino espirituales. A pesar de que nuestra vida haya sido ética y moral, esto no nos hace mejores ante Dios. Por eso oremos para poder amar a todos nuestros hermanos y hermanas en Cristo. No somos mejores o peores que otros hermanos y hermanas... ¡somos el cuerpo de Cristo y tenemos un Padre que nos ama incondicionalmente!
Guillermo Bernáldez
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