Desde pequeño me llamaron la atención los versículos con la promesa de que Dios concedería los deseos de nuestro corazón (Sal 37:4; Mt 6:33). Así que me puse a orar por los "deseos de mi corazón". Estos deseos fueron cambiando: de juguetes y relojes a un trabajo bien remunerado y hasta algún auto... para pasar por mis amigos para ir a las actividades de la iglesia. No me daba cuenta que mi intención no era dar gloria a Dios, sino de llenarme de cosas y de medios para alcanzar mis objetivos egoístas. William Barclay toca este tema en el libro que he venido citando The Promise of the Spirit (La Promesa del Espíritu). Disfrútenlo.
"La oración es en el Espíritu Santo. Un hombre se debe edificar en la más santa fe orando en el Espíritu Santo (Jud 20). Una de las cosas más extrañas acerca de la oración es que puede ser una de las actividades más egoístas en el mundo. La oración puede ser usada solamente para usar a Dios para los propósitos personales de cada uno. No oramos apropiadamente hasta que nos hemos abierto al Espíritu Santo, porque sólo bajo su guía podemos saber por qué orar. Cuando aprendemos a orar en el Espíritu, podremos decir verdaderamente, 'Hágace tu voluntad,' y no 'Cámbiese tu voluntad.' Verdaderamente pediremos a Dios lo que Él desea que nosotros hagamos, y no le digamos a Dios lo que nosotros queremos que Él haga."
Después de esto, nos queda hacer una pequeña reflexión acerca de nuestras oraciones y de los deseos de nuestro corazón. ¿Cuál voluntad es nuestra prioridad? ¿La de Dios o la mía? Estoy seguro que nuestro Padre cumple sus promesas. Si creemos que no recibimos respuesta, puede ser un "no", puede ser un "espera" o simplemente que no estamos pidiendo como conviene, por eso tenemos la promesa del Espíritu. Pienso en dos exhortaciones: la primera es que oremos pidiendo conocer la voluntad de Dios; la segunda es que la podamos distinguir de la nuestra y que valoremos más la de nuestro Padre.
GB
No hay comentarios.:
Publicar un comentario