El pensamiento de esta semana surgió cuando revisaba el libro Cómo los hijos crían a sus padres de Dan Allender para preparar el sermón del próximo domingo. Me parece un muy buen libro para todos los que somos padres o los que están por serlo.
Ahora que la familia está bajo ataques continuos por parte de la sociedad, es importante que podamos aprender a crecer en como familia y de esta forma ser sal y luz en este mundo, pero más importante que eso, para que podamos ayudar a nuestros hijos a comprender las dinámicas familiares y cómo se relacionan con la voluntad de Dios.
El autor nos hace ver la importancia de ser transparentes con nuestros hijos en nuestra relación con nuestra pareja, ya que esto les ayudará a entender que somos pecadores y, por otro lado, que la gracia de Dios se refleja en las acciones familiares. Espero que lo encuentren edificante.
La intención de Dios es que el matrimonio sea la relación que revele de manera más profunda su carácter, corazón, pasión y propósito. Un matrimonio es el rostro de Dios a un mundo que no le puede ver a menos que se le represente en carne humana. El matrimonio personifica la naturaleza Trinitaria de Dios por medio de la interacción y unión de personas distintas y que se complementan. El matrimonio puede y debería reflejar la fortaleza y la misericordia de Dios. Con toda sinceridad, el matrimonio también es un problema.
El matrimonio modelo revela el carácter de Dios y también expone nuestra profunda necesidad de perdón. Tal como el matrimonio debería revelar algo del amor de pacto de Dios, también es una prueba más profunda de nuestra necesidad del amor leal de Dios debido a la ola de pecado y dolor que surge en cada matrimonio. Los asuntos más profundos, intensos y eternos de la vida salen a la superficie en el contexto de dos seres humanos que comprometen sus futuros y les dicen a todas las fuerzas e influencias destructivas que nada, sino la muerte los va a separar. Si esto parece ser una invitación atrevida a que surjan problemas, es justo así.
El matrimonio es el suelo húmedo en el que crecen las cizañas del pecado y las rosas de la redención. Ninguna otra relación requiere más, y da tan poco y tanto, y expone lo mejor y lo peor de nuestras almas. Todas las debilidades en nuestro carácter (la falta de paciencia, el temor a la intimidad, una tendencia no natural a guardar rencor), se van a ampliar. Sin embargo, lo maravilloso es que, en un buen matrimonio, las formas más profundas del sacrificio y la perseverancia, que habían estado ocultas y sin forma, van a surgir en los momentos más inesperados.
Es crucial declarar el siguiente punto con atrevida claridad: Es preciso que los hijos vean lo mejor y lo peor en un matrimonio a fin de que no solo logren entender la profundidad del pecado, sino también la resplandeciente gloria de la convicción del arrepentimiento, la gracia, la reconciliación y la celebración. De otra forma se sabría de la oscuridad relacional, pero no se le nombraría. Y envenenaría la esperanza de la sanidad.
Durante la pobreza de nuestros años en la universidad, mi esposa y yo solíamos ir a comer afuera una vez a la semana después de la iglesia. Éramos demasiado pobres como para que ambos ordenáramos un plato, así que cada semana le tocaba a uno de los dos elegir la comida. Luego la repartíamos. Una semana discutimos que era nuestro turno. Nuestras voces se elevaron con la intensidad de la convicción y el hambre. No fue una interacción dura, pero en medio de nuestro debate escuchamos que nuestra hijita de dos años, Annie, dijo: 'Dinero, dinero, dinero. Ustedes siempre pelean por el dinero.'
Creí que nos íbamos a ahogar de risa, hasta que el peso de la perspicacia de mi hija nos sobrecogió. Los hijos a veces intuyen lo que nosotros nos negamos a ver. ¿Qué pasaría si en realidad escucháramos sus voces? ¿Cómo cambiarían nuestros matrimonios y, a la vez, cuán diferentes seríamos como padres?
Qué posición tan paradójica. Los padres deben revelar a Dios y su gracia no solo al modelar lo que es verdadero, sino también lo que es falso. Gracias a Dios, ninguno de nosotros tiene que fracasar a propósito; va a ser en forma natural y frecuentemente. No obstante, cuando el pecado surge, no se debe barrer hacia un lado como una prerrogativa paterna o una simple aberración. El matrimonio es el campo de adiestramiento de la búsqueda más sincera y riesgosa de madurez, así que debe ser a plena vista de nuestros hijos."
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Sin duda, podemos identificarnos con estas altas y bajas en nuestras familias. Podemos reconocer los momentos oscuros en los que nuestro ego deja ver que el pecado es parte inherente de nuestro ser. Dejamos de lado la paciencia porque nuestro tiempo es más importante que los otros miembros de la familia; olvidamos las palabras constructivas porque creemos que, de alguna forma, somos mejores. Los resultados suelen ser desagradables: tensión, enojo, silencios de malestar.
Sin embargo, Dios es fiel y nos habla de diferentes maneras y nos quebranta. Nos damos cuenta que no somos lo bueno que pensábamos que éramos. Se requiere valor para poder reconocerlo y buscar la armonía familiar - muchas veces requiere que nos humillemos y pidamos perdón.
Estemos dispuestos a luchar por nuestro matrimonio; por mostrar a nuestros hijos que el amor cubre muchos pecados; que Dios es amoroso y comprensivo, no con palabras sino en la forma en que vivimos como familia.
Guillermo Bernáldez Flores.